Cuando mi vida cambió: la historia de cómo descubrí que tenía cáncer

Cuando mi vida cambió: la historia de cómo descubrí que tenía cáncer

Todo empezó como un día cualquiera, con una visita a donar sangre, algo habitual para mí y mi pareja. También nos inscribimos como donantes de médula. Lo que no imaginaba es que esa visita, rutinaria, iba a ser el principio de un antes y un después en mi vida.

Me pincharon el dedo, como siempre, pero esta vez me dijeron que no podía donar. Que tenía una anemia muy grave y que debía acudir cuanto antes al médico. Yo ya me sentía muy cansada, pero lo atribuía al trabajo, a la maternidad, a las navidades… Nada fuera de lo normal. O eso pensaba.

Fui a mi médico, pero estaba de vacaciones, así que me atendió un sustituto. Me mandó una analítica y, al ver los resultados, me recetó hierro por tres meses. Pero el cansancio seguía, y aparecieron nuevos síntomas: dolores en la zona del estómago, visitas a urgencias, y al poco tiempo, un ganglio inflamado en el cuello.

Volví al médico. Me dijeron que seguramente era por un resfriado. A la semana siguiente, dolores fuertes en la espalda: “lumbalgia”, me dijeron. Pero cada vez estaba peor. El cuello se llenó de ganglios inflamados, tres grandes visibles y muchos pequeños. Aún así, lo único que me pidieron fue una ecografía… que tardó meses.

Un bulto en la ingle, después bultos en la axila, más visitas al médico, nuevas esperas para más ecos. El sustituto seguía diciendo que cada cosa era distinta, sin conexión entre sí. Pero yo ya no entendía nada. Me dolía todo el cuerpo, estaba agotada, sudaba muchísimo por las noches. Sabía que algo no iba bien.

Cuando por fin me hicieron la ecografía del cuello, el médico cambió su expresión al empezar a mirar. Me revisó clavícula, axila… ya supe que algo no estaba bien. Me dijo que hablara con mi médico para los resultados.

Por suerte, esta vez estaba mi doctora de siempre. Alegre al saludarme, pero al mirar mi historial, su cara cambió por completo. Se puso muy seria y me dijo que me iba a derivar de urgencia a hematología. No me explicó mucho más, solo que era urgente. Me fui a casa llena de miedo.

Días después me llaman del hospital para decirme que primero tenía que ir a medicina interna. A mí eso ya me sonaba raro, pero no sabía cómo funcionaban estos procesos. Por suerte, mi doctora volvió a actuar rápido: llamó directamente al hospital, insistió, y mandó informes para que me viera hematología cuanto antes.

Mientras tanto, mi cuerpo seguía enviando señales y mi cabeza no paraba. Empecé a buscar síntomas en internet. Error. Cada búsqueda me llevaba al cáncer. Pero una parte de mí no quería creerlo.

Fui varias veces más a urgencias. En una de esas, tuve la suerte de que me atendiera un médico muy humano, que me hizo analíticas completas, radiografías, y me mandó un TAC. Me pasé 8 horas en urgencias. Y al final, me dijo que todo apuntaba a un síndrome linfoproliferativo. Palabras que no entendía del todo, pero ya había leído en Google. Y ahí lo supe.

Salí de urgencias con un informe en la mano, sin diagnóstico claro. Lloré todo el camino a casa. Me costaba ver la carretera. Pero al llegar, me encontré a mi madre con un ataque de ansiedad en el trabajo, acompañada por mi hermana. Me tragué todo el miedo. Sonreí. Dije: “Mamá, todo va a estar bien”. Aunque por dentro me estaba derrumbando.

Ni yo sabía aún lo que tenía… pero ya en el pueblo corría el rumor de que tenía leucemia y me iba a morir. Qué rápido vuelan los cotilleos. Qué poco tarda la gente en sentenciarte. Qué poco en ofrecer apoyo.

Finalmente llegó la cita con hematología. Me pidieron que fuera acompañada. Me dijeron que me harían una biopsia de médula ósea. Me asusté. Había escuchado que dolía muchísimo. El médico me habló, me preguntó, y me dijo que sospechaba un linfoma. Le dije que ya lo sabía. Mi madre y yo solo queríamos empezar cuanto antes.

Y ahí empezó el verdadero derrumbe emocional. Me faltaba información, todo iba lento, y sentía que el cáncer crecía dentro de mí mientras yo esperaba. El PET/TAC, la biopsia del ganglio (que casi no hacen por una confusión administrativa), la espera, la desesperación…

Todo se retrasaba. Días, semanas… una eternidad. Pero finalmente, después de todo ese proceso, de viajes, vómitos, pruebas y golpes emocionales… llegó la llamada.

Tenía un linfoma folicular en fase 4, ya estaba en la médula ósea. Empezaríamos quimio e inmunoterapia. Me hablaron de la posibilidad de preservar óvulos pero tendría que retrasar el inicio del tratamiento, pero ya no quería más espera. Solo quería luchar. Empezar. Sobrevivir.

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