TRATAMIENTO

Mi montaña rusa contra el cáncer: del diagnóstico al último día de quimio

Cuando te dicen que tienes cáncer, sientes que el suelo se abre bajo tus pies. Al principio no entiendes el alcance real, solo sabes que tu vida acaba de cambiar para siempre. En mi caso, después del shock inicial, tuve que enfrentarme a dos batallas: el tratamiento… y el post-tratamiento. Lo que viví en esos meses fue una auténtica montaña rusa, llena de miedo, dolor, risas, fuerza y descubrimientos sobre mí misma que jamás habría imaginado.

1. Cómo se lo conté a mi familia y conocidos

Nada más salir de urgencias, llamé a mi pareja, a mi madre y a mi hermana. La reacción fue inmediata: mi madre tuvo un ataque de ansiedad y mi hermana, creo, le tocó ser la fuerte de las tres furante todo el proceso, pero imagino su dolor, y admiro su fortaleza.

Luego vino contárselo a mi hermano. Después de ver cómo lo había tomado mi madre, decidí quitarle importancia:
—Tranquilo, estoy bien. Será una racha y pronto nos reiremos de esto( no fueron mis palabras exactas pero yo quería que sonara así)
No quería que, desde la distancia, sintiera la impotencia de no poder acompañarme. Pareció tomarlo bien, pero después supe que llamó a mi madre llorando, lo cual me partió el alma.

A mi padre y a su mujer también se lo dije intentando minimizar la situación, aunque acabé llorando. Con el resto de la familia en Galicia ni siquiera hablé: no quería tratar con personas que en diez años o más no se habían preocupado por mí y ahora parecían interesadas, hubo pocas excepciones. De la parte de la comunicación con otros familiares se encargaron mi madre y mi hermana

A mi pareja, con la que la relación estaba pasando un bache grande, pasar esto juntos hizo que se convirtiera a ser mi bastón, mi paño de lágrimas, mi amuleto, mi fuerza, el que me cuidaba a mi y al niño la mayoría del tiempo, y trabajaba, era como llenar una mochila de piedras, coger todo el peso y ponerselo a su espalda para quitarme el peso a mi.

Mi diagnóstico coincidió con mi cumpleaños. Mi madre y mi hermana me sorprendieron en redes con un vídeo lleno de fotos y una canción de Manuel Carrasco que me hizo llorar de emoción y que veía en bucle, y luego comimos todos juntos, y también, sorpresa. Como el video levantó sospechas, y yo no queria que me preguntaran al verme sin pelo y evitar conversaciones incómodas en la calle, decidí contarlo yo misma en mis redes desde la primera quimio. Recibí muchos mensajes de apoyo, aunque pocos sinceros. Pero yo en ese momento no quería hablar con casi nadie, y fueron mi madre y mi hermana las que se encargaron de filtrar y responder a la gente, trabajo duro mentalmente que también quitaron de mis hombros. Por fuera yo parecía fuerte, pero por dentro vivía una tormenta.

2. Cómo afronté el tratamiento

Me acuerdo de mi primer día de tratamiento como si fuera ayer. Me acompañó mi hermana, porque mi madre es muy aprensiva con las agujas y la sangre, y mi pareja tenía que quedarse con nuestro hijo. Llegué con miedo, incertidumbre y mil preguntas… aunque todavía no me habían explicado ni el tipo exacto de tratamiento, ni la duración, ni los posibles efectos secundarios.

Antes de empezar me hicieron una analítica y me dieron la premedicación para prevenir efectos adversos y mientras esperábamos los resultados. Luego pasé a hablar con el doctor, que por fin me explicó todo; Menos mal que mi hermana estaba allí y, fiel a su carácter, hizo todas las preguntas que yo había olvidado por culpa de los nervios ( menos mal).

Yo me había preparado para ese día: llevé un libro, agua, pasatiempos… pero no usé nada. Mi hermana y yo pasamos la mañana riéndonos y haciendo selfies. Incluso usamos el carrito del desayuno como si fuera un palo selfie. Esa complicidad hizo que las horas se me pasaran más rápido.

El primer efecto que noté fue un sabor metálico en la boca. También tenía que ir al baño constantemente, y la quimio roja hacía que la orina saliera del mismo color. Me explicaron que debía tirar dos veces de la cisterna y echar lejía para evitar que otros pudieran tener contacto con los restos. En el hospital incluso había un baño para pacientes y otro para familiares.

El primer día me encontraba bien, aparte de no sentir ningún tipo de sabor. Pero cuando desperté al día siguiente ya no era lo mismo, náuseas,vómitos, me pesaba el cuerpo…

El doctor me recomendó afeitarme la cabeza antes de que el pelo empezara a caerse, para evitar el impacto de verlo caer a mechones. Esperé una semana y, en cuanto me empezó a picar el cuero cabelludo, lo hice. Quise que fuera un momento familiar, así que mi sobrina empezó con las tijeras ,al principio le costó, pero pronto empezó a gustarle, su sonrisa me alegraba el corazón, haciéndome peinados y riéndose con cada mechón. A mi madre le hice cortar solo un cachito por obligación porque yo lo quería y lo hizo por mi, mi hijo 2 segundos con la maquina, era muy pequeño para mostrar interés.Después mi hermana vio qué me estaba derrumbando y me hizo una cresta, lo cuál me hizo reír a carcajadas para luego terminar el corte. Ahí sí me derrumbé un poco, pero no fue tan duro como había imaginado.

Para la segunda quimio tuve que ir dos días seguidos. El primero me colocaron el PIC, un catéter externo puesto en el brazo que me evitaría pinchazos continuos y que la quimio no me destrozara mis venas. La primera vez no salió bien y me lo colocaron demasiado arriba, pero a la segunda quedó perfecto. Por ahí me pusieron la inmunoterapia, que me provocó hinchazón y picor en la garganta, aunque era una reacción habitual, y por eso la primera dosis te la ponen por gotero, para ver la reacción, y luego poder ponérte la inyección.

El segundo día vino mi madre conmigo. Pedí a las enfermeras que cerraran la cortina para que no viera cómo me manipulaban el catéter y me ponían la medicación, luego la quitaron y ya pudimos hablar normalmente. Esa quimio ya fue más dura a nivel de efectos secundarios, vómitos, náuseas,cansancio extremo y mareos. Además, cometí un error que ojalá me lo hubieran advertido antes: comí ensalada con vinagre, y los alimentos ácidos me provocaron aftas dolorosas en la boca. Solo podía comer pan y me aliviaba con enjuagues de agua con bicarbonato.

Durante el proceso, busqué formas de colocarme los pañuelos, las cuales encontré en la cuenta de una chica de instagram que por desgracia ya no está con nosotros. Para protejerme del sol y sentirme un poco más guapa. A nivel emocional, tenía días buenos y días muy malos. Y reconozco que no pedí suficiente ayuda: pensaba que molestaría a los demás, que ya tenían su trabajo y sus vidas. Así que intenté sobrellevarlo cuidando también a mi hijo, que llegó a verme en mis peores momentos. Al principio lloraba al verme vomitar, pero luego se acostumbró y hasta venía a darme papel y abrazarme. Eso sanaba un poco mi alma rota. Por suerte mi madre me conoce más que nadie, y sin yo pedirle ayuda, me escribía cada x días para quedarse con el niño para que yo descansara,aún teniendo que ir a trabajar después.

Aun así, la mayoría de los días me sentía fuerte. Por fuera sonreía, aunque por dentro a veces me preguntaba: “¿Por qué yo?”. Me sorprendió mi propia fortaleza, yo que siempre me había visto frágil y con baja autoestima. Descubrí una parte de mí que no conocía, y me di cuenta de quiénes estaban realmente a mi lado. Incluso mi relación de pareja cambió: pasamos de estar al borde de la separación antes del diagnóstico a crear una unión increíble.

A partir de la tercera quimio comenzaron los dolores corporales, que entonces atribuí a la medicación (aunque más tarde descubriría que no era así, algo que contaré en otra entrada). Los corticoides, él realizar menos actividad y otros fármacos me hicieron engordar casi 20 kilos, a pesar de que muchas veces lo único que podía comer era pan.

Fue una montaña rusa: momentos buenos, momentos malos, física y emocionalmente. Hasta que llegó la alegría de la última quimio. No podía creer que hubiera terminado, me hicieron el último pet/tac y me dieron los resultados justo a tiempo para Navidad, estaba limpia, que alegría cuando escuchas esas palabras. Fue un regalo. Aunque no todo acababa ahí: todavía me quedaban dos años de inmunoterapia.

3. Por dentro y por fuera

Emocionalmente, todo fue un vaivén. Había días en los que me sentía invencible, y otros en los que me hubiera gustado irme al medio de un bosque a gritar. Una de mis mayores equivocaciones fue no pedir más ayuda. Todos me decían: “Eres muy fuerte”, y yo pensaba: “Si supieran lo que siento…”.

Lo que más me preocupaba era mi hijo. Pasó de tener una mamá que jugaba con él en el suelo y lo llevaba a la playa, a una mamá que jugaba desde el sofá, cuando podía,y con un cubo cerca. Las comidas caseras y saludables dieron paso a dejar platos hechos para dos días. Ese fue uno de mis duelos más dolorosos: saber que no era la misma madre de antes. Algo dentro de mí se había roto, aunque todavía no lo entendía.

Cuando terminé la quimio, la alegría fue indescriptible. Llegué a pensar que no había sido para tanto, que había tenido una fuerza que nunca imaginé aún teniendo días malos.Pero esa sensación duraría poco.

Reflexión final

Este capítulo de mi vida me enseñó que la fortaleza no siempre es sonreír y aguantar, sino también saber pedir ayuda. Descubrí quién estaba realmente a mi lado, mejoré relaciones que creía rotas y aprendí que, incluso en los días más oscuros, siempre hay algo que nos sostiene… aunque sea una risa absurda con tu hermana en plena quimio o el abrazo de un niño que te ve en tu peor momento.

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