Durante años pensé que estaba exagerando.
Que el cansancio era normal.
Que el dolor era parte de ser mujer, madre, trabajadora.
Que lo mío era “nervios”, “estrés” o “falta de actitud”.
Hasta que un día, mi cuerpo gritó tan fuerte que no pude seguir ignorándolo.
Y ese grito tenía nombre: fibromialgia.
Me costó entenderlo. Me costó aceptarlo.
Porque la fibromialgia no se ve.
No deja marcas en la piel, pero deja cicatrices en la vida.
Es una enfermedad invisible que te cambia los días, los ritmos, los planes… y a veces, hasta la identidad.
Recuerdo que en uno de los momentos más oscuros, mi psicóloga me recomendó unirme a un grupo de mujeres.
Al principio dudé. ¿Qué podía aportarme hablar con otras?
Pero fue ahí donde empecé a sanar.
Cada mujer tenía su historia, su dolor, su ritmo.
Pero todas compartíamos algo:
una voz que había sido silenciada, un grito que no nos habíamos permitido soltar.
Y poco a poco, entre lágrimas, risas, palabras y silencios, ese grito fue saliendo.
Descubrí que no estaba sola.
Que la tribu no solo sostiene: también comprende, escucha, abraza.
La fibromialgia no solo duele en el cuerpo.
Duele en la incomprensión, en el juicio, en la culpa.
Por eso necesitamos espacios donde podamos hablar sin miedo, sin vergüenza, sin tener que justificar cada síntoma.
Porque cuando una mujer se atreve a contar su historia, muchas otras se atreven también.
En esta sección de La Tribu de las que Gritan, hablaremos de fibromialgia desde la experiencia real:
- Desde el dolor, pero también desde la resiliencia.
- Desde la ciencia, pero también desde la emoción.
- Desde la soledad, pero sobre todo, desde la comunidad.
Aquí no hay recetas mágicas.
Pero sí hay algo más poderoso:
una red de mujeres que se escuchan, se entienden y se acompañan.
Si tú también vives con fibromialgia, este espacio es para ti.
Para que grites si quieres.
Para que descanses si lo necesitas.
Para que sepas que no estás sola.
Bienvenida a la tribu.
Aquí, tu dolor tiene eco.
Y tu voz, valor.
